El planeta está triste y herido. Triste porque las desigualdades crecen al mismo ritmo que el crecimiento económico en unos pocos de países. La economía liberal, con su globalización, no soluciona los problemas de los desfavorecidos, sino que los agrava.
Y está herido porque los informes intergubernamentales en el seno de la ONU sobre el cambio climático nos avisan de que si continuamos emitiendo gases efecto invernadero a la atmósfera al ritmo actual, el calentamiento global y las catástrofes serán inevitables.
Todos los gobiernos y empresas transnacionales parecen movilizarse (ya veremos cómo) ante el inicio del cambio climático, pero nadie mueve un dedo por el aumento vertiginoso de las desigualdades en el mundo.
Y es que ambas cosas están muy relacionadas.
Los llamados países desarrollados, entre los que España se encuentra, han saqueado históricamente a los llamados no desarrollados, que se han empobrecido. Al capitalismo liberal sólo le ha interesado y le interesa la acumulación de riqueza a través de las grandes empresas trasnacionales. Si esta economía de mercado produce desigualdades o no, nunca le importó, su único interés respecto a las clases medias es que consumamos lo que las grandes empresas producen, mientras más, mejor.
De esta manera, nos han-hemos creado multitud de necesidades artificiales que con los sueldos medios apenas podemos satisfacer. En este contexto, en este callejón sin salida, decrecer es casi una tarea imposible.
Pero, en concreto, ¿qué significa decrecer?. Pues que los países ricos nos esforcemos por:
. Consumir menos energía: menos coches potentes, más servicios públicos, menos AVEs, más tren de cercanías, menos calefacción.
. Consumir menos agua: menos césped, menos piscinas privadas, menos pozos, más riego por goteo.
. Consumir menos productos exageradamente envasados: menos envases de corcho blanco, menos plástico, más productos naturales y ecológicos.
. En definitiva, consumir de manera sostenible, pensando en el planeta, lo cual no está reñido con el bienestar.
¿Para qué? Para que los países empobrecidos puedan desarrollar niveles de vida y bienestar dignos, para que los recursos del planeta puedan abastecer a las generaciones futuras y para que el calentamiento global no destruya a medio plazo la vida en la Tierra.
Y está herido porque los informes intergubernamentales en el seno de la ONU sobre el cambio climático nos avisan de que si continuamos emitiendo gases efecto invernadero a la atmósfera al ritmo actual, el calentamiento global y las catástrofes serán inevitables.
Todos los gobiernos y empresas transnacionales parecen movilizarse (ya veremos cómo) ante el inicio del cambio climático, pero nadie mueve un dedo por el aumento vertiginoso de las desigualdades en el mundo.
Y es que ambas cosas están muy relacionadas.
Los llamados países desarrollados, entre los que España se encuentra, han saqueado históricamente a los llamados no desarrollados, que se han empobrecido. Al capitalismo liberal sólo le ha interesado y le interesa la acumulación de riqueza a través de las grandes empresas trasnacionales. Si esta economía de mercado produce desigualdades o no, nunca le importó, su único interés respecto a las clases medias es que consumamos lo que las grandes empresas producen, mientras más, mejor.
De esta manera, nos han-hemos creado multitud de necesidades artificiales que con los sueldos medios apenas podemos satisfacer. En este contexto, en este callejón sin salida, decrecer es casi una tarea imposible.
Pero, en concreto, ¿qué significa decrecer?. Pues que los países ricos nos esforcemos por:
. Consumir menos energía: menos coches potentes, más servicios públicos, menos AVEs, más tren de cercanías, menos calefacción.
. Consumir menos agua: menos césped, menos piscinas privadas, menos pozos, más riego por goteo.
. Consumir menos productos exageradamente envasados: menos envases de corcho blanco, menos plástico, más productos naturales y ecológicos.
. En definitiva, consumir de manera sostenible, pensando en el planeta, lo cual no está reñido con el bienestar.
¿Para qué? Para que los países empobrecidos puedan desarrollar niveles de vida y bienestar dignos, para que los recursos del planeta puedan abastecer a las generaciones futuras y para que el calentamiento global no destruya a medio plazo la vida en la Tierra.